La escena era como de Rayuela, u otra de esas novelas donde cosas tan descabelladamente extrañas ocurrían con normalidad, y un poema tan malo formaba parte del ambiente decadente, de la escena absurda, divertida en su caoticismo, con un poeta malísimo recitando junto a una paloma de plástico, sí, eso era realmente disruptivo, y poco antes nosotros contando los céntimos para pagar una cerveza y un refresco, un libro de Alberti en el bolsillo, una escena cien por cien Cortazariana, ellos amantes sin remedio, ella con dolores, él se acerca a la barra a pedir un analgésico pero ella no lo sabe, él toca una nana en el piano del café pero hay demasiado ruido y ella no lo sabe, no lo ve desde allí, y luego esos poetas tan abrumadoramente malos, y las risas, el ratón Disney recitando y luego a casa, una noche rara, nada por seguro, al fin y al cabo se iba mañana, y yo, mientras tanto, que puedo hacer sino quiererla, como voy a seguir quieriéndola cuando suba al tren, como la he querido toda esta semana, como la he querido estos años y como la querré los siguientes, resignado ya a el amor, a esa condena vitalicia de la que no me voy a librar, y asumiendo eso, me pongo de su parte y lo defiendo, lo lucho porque nada puedo hacer si no mas que Síndrome de Estocolmo y amarla y lucharlo, y llevarla a los recitales más cutres del mundo para que pueda reprochármelo y reirse, esa risa, ella no lo cree pero está guapísima cuando se rie, y todo esto cuando volverán las oscuras golondrinas candemor fistro pecadorl o algo así, una chorrada del estilo y me aguanta, y me quiere, sé que me quiere, y sé que no poco, pero ella quizás no lo tenga tan claro, o sí, pero no comprende lo que significa, ni lo que vale, o sí, y todo es una enorme y molesta táctica de distracción.
En cualquier caso, iré a recoger ese pañuelo.