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Some people have an angel on one shoulder and a devil on the other. Me, I've got a hat and a vest, Acid and Sour, Jazz and Tango.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Estaciones

Cuando ya me había convencido de que en Badajoz no había otoño, sino una segunda primavera, el otoño llega en forma de tarde de lluvia, noche fría y molestia en la garganta casi como una tromba de agua, un manguerazo sin previo aviso.

Y es estupendo poder ponerse dos mangas, buscar sitios cerrados en la calle, y envolverme en una manta para tomar el té un día de lluvia. Echaba de menos estas tardes tan propicias para leer a Cortázar.


Aunque aún echo de menos ser el Viento de Otoño.
No se puede tener todo.

lunes, 5 de octubre de 2009

Paréntesis

(Y, entre tanto, a veces me da por pensar en una completísima lista de la compra, y una nevera llena de queso)

domingo, 4 de octubre de 2009

Es curioso el cómo la ciudad se despliega poco a poco, visualmente, según a dónde mires, qué calle tomes o qué colores busques. Cómo existen barrios tan dispares, ciudades paralelas, o ciudades dentro de la ciudad, que se reúnen por motivos meramente Geográficos, dimensionales.

Es decir, la identidad de una ciudad se resume en estar cerca, en cierta facilidad para las transacciones comerciales, el hecho de que gentes opuestas se identifiquen bajo un mismo gentilicio, y usualmente un mismo sentimiento de unidad, de ciudad, de paisano (ese sentimiento que nos obliga a trabar amistad con cualquier conciudadano encontrado azarosamente en el extranjero, aunque en situaciones normales no le diéramos ni los buenos días), se debe a una mera aproximación física. Dos calles pueden parecer de diferentes culturas, diferentes mundos, un barrio obrero y un casco antiguo, un Valdepasillas o un Menacho junto a la Alcazaba, ciudades que se contienen entre sí y se respiran en calles y aceras, pero que poco tiene que ver unas y otras salvo la inmediatez y un nombre. El nombre contiene la magia de la palabra y hace de esa mezcla heterogénea una Ciudad. Quizás el dueño del pub Casablanca no conozca a la dependienta de Koxas, en la acera de enfrente, apenas a diez segundos de camino a pie, pero, eh, son de la misma ciudad, y seguramente se saluden con sonrisas si se encuentran por casualidad en Pigalle o en Boston.

Y es entonces cuando, de pronto, desplegando una de esas calles, de cara aparece un muro alto de bloques blancos de cemento, un almacén, en el que alguien armado de espray rojo y despreciando toda habilidad caligráfica había escrito: “Que las cárceles se vuelvan de azúcar”. Y mientras terminaba de leer la última palabra (en el lapso desde la a a la r, fue algo progresivo), el cemento se convertía en terrones enormes de azúcar, y para cuando volví a pisar el suelo y se me dibujaba esa media sonrisa que dibujo cuando encuentro Magia, ante mí se alzaba una cárcel hecha de terrones de azúcar.

Hay que ser cuidadoso con la magia de la palabra, pues aunque tenga la capacidad de crear y convertir, de volver azúcar el cemento, cualquier hechicero urbano puede convertir por accidente, en un mensaje de pretendida liberación, un almacén en una cárcel, volviéndose la magia contra él, convirtiendo un mensaje de libertad en la creación de celdas y pasillos, de azúcar, sí, pero celdas al fin y al cabo. Porque realmente eso fue una cárcel de azúcar en ese momento, y lo vuelve a ser cada vez que lo recuerdo, existe realmente como cárcel de azúcar. Del mismo modo que ayer a mediodía existió una orquesta en la plaza de la catedral, desde el mismo momento en que la comencé a escuchar y aceleré el paso hasta que giré la esquina y fui decepcionándome mientras comprendía que la música era una grabación. Pero mientras tanto, durante esos segundos de expectativa y prisa (porque estaban acabando la marcha y no quería ver un montón de personas con instrumentos callados, quería ver una orquesta), la orquesta realmente existió, sentados en sillas en la plaza, contratados por una pareja que podía permitírselo para su boda. Y aunque en su lugar sólo encontrara una pequeña camioneta de bomberos adornada con flores y lazos, y unos grandes altavoces gritando el CD y los músicos se desvanecieran uno a uno, la orquesta realmente existió.

Porque existir no se limita al ámbito físico. Y si existe el viento, que es movimiento, y existe el concepto de amor, de esperanza, o la palabra noctámbulo, o los abrazos, que no tienen materia más que la forma que nuestra mente les da, ¿quién puede negarme que exista, de igual modo al margen de la materia, la orquesta que mi mente imaginó al detalle y esperaba ver ansiosa durante esos segundos que tardé en girar la esquina? ¿Quién puede discutirme que ese almacén es o fue realmente una cárcel de azúcar?

Es por eso que la confusión crea, la equivocación de creer real una grabación, o la mezcla de un mal graffiti con la realidad, esa confusión crea y transforma lo que albergamos en nuestras mentes, y por ende nuestras mentes (que son lo que albergamos). La confusión es cambio, la paradoja nos obliga a pensar y a renovarnos, y la naturaleza nos ha demostrado vehementemente (y continúa haciéndolo) que el cambio, la renovación, es lo único que nos mantiene aquí. Por tanto podemos deducir que la confusión, aunque molesta (como cualquier ejercicio), es positiva (como cualquier ejercicio). Esto es, embaucar, el absurdo, la confusión, la paradoja, es lo que nos mantiene mentalmente activos y apartados del gris mental y social.

Entonces, crear la confusión, seguir esa via paradoxis es lo mejor que podríamos hacer por nuestros congéneres, tratar de confundirlos por todos los medios, hestimulando sus mentes con herrores hortográficos (Cortázar), provocando sonrisas o enfados, mintiendo sobre qué hora es, o responder a los buenos días con un golpe en la cara propinado con un solomillo de cerdo fresco.

Afortunada y lamentablemente, esto no ocurre porque todos estamos demasiado ocupados tratando de aparentar que no estamos locos, tachando de locos a los que realmente hacen lo que les da la gana y son libres, han abierto todos o casi todos los párpados (Cortázar) y son capaces de ver el mundo de otra manera, a su manera, más allá de normas, educación, o nomevengascontonterías.

Y esto, que nos mantiene en una aburrida monotonía, llena de gente que vive y muere en una suerte de ataraxia anestésica, al tiempo nos permite vivir con cierta tranquilidad, en un mundo donde damos por sentada la garantía de que nadie nos abofeteará con un solomillo (lo cual es, la verdad y en cierto modo, un alivio).

Pero, en cualquier caso, yo tendría cuidado con saludar a un amigo que salga de la carnicería.