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Some people have an angel on one shoulder and a devil on the other. Me, I've got a hat and a vest, Acid and Sour, Jazz and Tango.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Más sobre Badajoz

No me termina de gustar Badajoz. No la siento mi ciudad. No me identifico con sus gentes. Todavía soy un extranjero aquí.

Pero ya conozco las calles, y me gustan algunos rincones. Los parques.


Desde hace una semana, Badajoz parece distinta. Parece que la hubieran construido gris, y después hubieran dejado que una pareja hiciera el amor en lugares al azar de la ciudad, embelleciendo esos lugares con algo que no es una planta o una escultura. Y por eso a veces te sorprende una calle o una fuente inesperadamente poéticas.


Hoy he salido a media tarde. El cielo es gris y hace un frío de invierno, como si la estación tuviera prisa. Estaba disfrutando de ese ambiente, pensando en una revolución bohemia, en recuperar los cafés, en crear una nación, Boheme, sin territorio. Una democracia absoluta de artistas e intelectuales. Sin lengua nacional; como mucho, una lengua tan abstracta como el arte.
Fantaseaba con esto cuando he vuelto a cruzar el puente. Y recordaba lo último que había escrito sobre él. De pronto me parecía que el ladrillo no era lo suficientemente onírico para ese puente.

Y ha vuelto a ocurrir.

Conforme lo cruzaba, oía unos chasquidos. Me di cuenta un poco más adelante de que un padre estaba jugando con su hija, encendiendo petardos. Me han provocado una sonrisa. Me gusta ver a los padres jugar con sus hijos, es tristemente extraño de encontrar.
Estaban justo en ese punto, un poco más acá de la mitad. Estaba a punto de pasarlos de largo, y entonces ocurrió. Encendieron la mecha de otro petardo, que lanzaron un poco más adelante, entre risas, y fue a caer a los pies de una farola.

Quiso el azar que el estallido del petardo coincidiera exactamente con la hora programada en no se qué contador municipal para el encendido del alumbrado público de esa parte de la ciudad. Entonces, el petardo que la niña lanzó en un juego hizo encender todas las farolas del puente con una precisión imposible para un prestidigitador con tal intención, dando un resultado mágicamente maravilloso, como un gran ilusionismo.


La niña y su padre están ahora un poco más unidos, y yo me siento agradecido por que se me haya dejado compartir esta magia cotidiana.

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